Friday, October 06, 2006

Quiero contarles que estoy muy feliz porque gané el concurso intercolegiado de poesía que organiza la Javeriana y la Casa de Poesía Silva. Aquí están los dos poemas que leí allá por si alguien tiene curiosidad.

Escapar del tiempo

Detener una imagen
Que parece perfecta,
Para internarse en un mundo
Libre de fronteras.

Ver que las olas,
El agua y el cielo
Con tantos colores
Igualan un sueño.

Olvidar para siempre el tiempo
Y así vivir un segundo eterno.
Saber que la realidad se pierde
Cada vez más pequeña
Mientras más alto vuelo,
Cada vez más lejana
Mientras más fuerte grito
Que prefiero morirme
Antes que volver al tiempo.
Si me faltas tú

Si me faltas tú,
Me faltan las manos
Para escribir mis versos,
Me faltan los labios
Para decir te quiero

Si me faltas tú,
Me faltan los ojos
Para ver más lejos
Y los oídos
Para oír silencios

Si me faltas tú,
Me faltan los brazos
Para abrazar fuerte,
Me falta todo
Si no estas presente

[Si me faltas tú
Me faltan las piernas
Para correr rápido,
Para ir a buscar
Lo que he soñado]

Si me faltas tú
Me falta la risa,
Me falta la alegría
Si me faltas tú
Me falta la vida
Si me faltas tú, me falto yo.

Monday, October 02, 2006

TANGO

Con todo mi amor, silvi, te regalo este Tango. No es como el que tu bailas pero igual que éste, viene del corazón. (No te lo imprimo todavía porque le faltan algunas correcciones, pero lo puedes ver acá mientras tanto)


Silvia desapareció de repente. Un segundo antes, estaba frente a mí, con sus ojos verdes, su pelo negro y crespo, su metro cuarenta y siete de estatura, vestida con su uniforme del Nueva Granada. Era extraño verla en un lugar así. Verla es un decir, porque en las dos horas que estuve en el café de tango no podría asegurar a ciencia cierta que hubiera visto algo. No supe si ví algo en la penumbra, si las sombras que se dibujaban erean reales o un simple truco de mi mente. La luz bailaba mejor que todos los bailarines juntos. Nos regalaba un par de destellos. Daba una vuelta. Se filtraba por la coca-cola que me estaba tomando. Me recordaba así que estaba presente, pero no lo suficiente para iluminar un poco, para dejarme pensar en lo que estaba viendo.

Se respiraba melancolía. Las personas tenían caras empapadas de recuerdos. No era tristeza. Eran memorias de lo bueno que se acabó. Parecía que fueran al café de tango para aliviar su soledad. Para dar y recibir afecto desinteresado. Para quitarse la mitad de su propio peso y compartir la alegría con alguien sin necesidad de responder preguntas. Muchas de las miradas se perdían en el horizonte. Traté de descifrar algo a partir de los ojos de las personas que pasaban en frente de mi mesa. No pude. Ellos estaban ahí en cuerpo presente pero sus ojos parecían perdidos en otro lugar y en otro tiempo. A pesar de todo, el café es cómplice y familia, es un oasis de la vida cotidiana. Cualquiera saca a baliar otro y otro baila y se entrega sin buscar intenciones ocultas como se haría tal vez en otro momento. Me distraje tratando de descubrir cómo era posible que dos sentimientos tan contradictorios como la melancolía y la seguridad se volvieran uno en este sitio, que no me dí cuenta en qué momento Silvia ya no estaba en frente de mí.

Ella se elevó en el aire. Un hombre de 1.80 de estatura, aproximadamente de 22 años, con el pelo recogido en una cola de caballo, la cogió de la cintura, de un lado y la levantó rápidamente. De un segundo a otro, los ojos de Silvia estaban a la altura de los suyos. En ese momento noté que él también tenía los ojos verdes. Bueno, eso parecía. La verdad es que la luz jugeteaba con los ojos de ambos. Los cambiaba de verde a café sincronizadamente. Aprovechaba las miradas que intercambiaban de tal manera que era muy fácil pensar que estaban enamorados, o por lo menos, que se dacían algo con los ojos.

Él la sostuvo levantada sólo un segundo. Sin embargo, pareció un segundo eterno. El tiempo no se detuvo, desapareció mientras se miraban a los ojos. Ese segundo sin que pasara nada era la fuente de todo lo que podría pasar de ahí en adelante. Ese segundo contenía las emociones: el combustible necesario para el baile.

La bajó lentamente. Mientras llegaba al piso, ella levantó la pierna izquierda doblando la rodilla, y se inclinó hacia adelante. Puso sus manos alrededor del cuello de él. La forma como aterrizó demostraba que no iba a ser capaz de sostenerse sola. Iba a esamblarse a él, a confiar en él, a saber que no iba a caerse así dejara ir su cuerpo: él la sostendría. Apenas ella tocó el piso, empezó la música. Ella bajó lentamente la pierna que tenía levantada. Hizo un par de figuras con la punta del pie mientras dejaba que el la abrazara más fuertemente, que la asegurara contra el peligro de la gravedad misma.

De ahí en adelante, el baile fluyó solo. No parecían dos sino uno en un abrazo con la música. Ellos no manejaban sus cuerpos sino que parecían poseídos por un amor que no les cabía en el corazón.

Eso es amor. No puede tener un nombre distinto. Cuando bailaban tango, se apoderaba de ellos un enamoramiento intenso, profundo, sincero, libre de tiempo: experimentaban la eternidad por tres minutos, volaban más allá de sus propios límites.Las palabras están prohibidas en el tango. Son barreras. La comunicación en este baile es tan fuerte, que el lenguaje sencillo y cotidiano de las palabras la encierra y termina por romperla. Esa conexión (más que comunicación), es como el mar: enorme, no se puede embotellar en palabras o conceptos porque pierde su esencia, esa totalidad mágica.

Cuando bailaban tango, se difuminaban sus límites hasta el punto de no saber hasta dónde llegaba uno y dónde empezaba el otro. La clave del tango es ser uno con otro en un solo abrazo. Es desentenderse del yo y dejar que exista simplemente el nosotros. Es entregarse totalmente. Si se reservan una pizca de ellos para ellos, el baile pierde su gracia. Como confíaban tanto que se perdían a ellos mismos, estaban bailando tango.

Otra cosa que no se permite es pensar. No dudan sobre hacia dónde dar el siguiente paso o sobre si lo están haciendo bien o mal. No se preocupan por lo que vayan a decir de ellos. Sólo sienten al otro. No mirarn abajo para ver qué va a hacer después. Adivinan el paso antes de que lo de y lo dan al tiempo, no con anticipación ni como reacción. No piensan: así permiten que pase la energía de otro, que les transmita su sentir más hondo con el lenguaje más poderoso que existe: el del corazón. Si le miran a los ojos, ellos se lo dirán todo. Si se dejan llevar por la música, por la otra persona, por su cuerpo, si sólo logran apagar su mente, si sólo dejan que el tango haga lo suyo, no sólo bailarán, sino que bailará libre la fusión de sus almas.

Mientras duran los tres minutos de tango, se enamoran de su pareja como es imposible enamorarse en otra situación. Llegan a conocer lo más hondo de su ser, sin máscaras, sin prejuicios, sin palabras, sin el mundo haciendo contrapeso. Cuando llegan por vía directa al espíritu de alguien, a su esencia, no tienen más remedio que amarle...

Apenas se termina el tango, ambos vuelven a ser desconocidos. Tal vez, ni recuerden el nombre de la persona con la que tan profundamente se conectaron. Tal vez no sepan dónde vive ni a qué se dedica ¿Pero qué importa si han visto su alma? ¿Qué más necesitan saber?
Más tarde, al preguntarle a Silvia quién era él, me respondió:
-No sé, es la primera vez que lo veo.

Es que cuando ya no están bailando, cada uno vuelve a su vida como si nada. Recupera sus actividades y se recupera a sí mismo, recupera su individualidad que divide el mundo entre el yo y lo otro. Cae de cara contra la realidad, y debe seguir existiendo sólo en un mundo lleno de prejuicios, de muros, de mentiras, de palabras... Así permanecerá hasta que la música regrese, hasta que resuene en los corazones, hasta que empiece de nuevo el tango…