Monday, May 21, 2007

El polémico discurso de asamblea
En este colegio hay personas que usan la palabra “comunista” de manera despectiva, como un insulto. Hablo con todo el conocimiento de causa porque más de una vez se han referido a mí como “la comunista esa.”

Para saber qué me estaban diciendo, busqué en el diccionario. Comunista: Relativo al comunismo, partidario de este sistema. Comunismo: Sistema de organización político-social que propaga la abolición de la propiedad privada y el establecimiento de la comunidad de bienes. No sé si esta definición sea tenida en cuenta al calificar a alguien de comunista o si esta palabra haya cobrado un significado nuevo que yo no conocía.

Antes de viajar a Cuba, yo no tenía ni idea de lo que es ese país, de la magnitud de su cultura. La información que uno recibe está filtrada a través de la concepción del mundo de los que se la transmiten.

Han querido que crezcamos con la idea de que el comunismo es el demonio. Por supuesto, está claro que el demonio cambia de cara con el último grito de la moda. Antes, el demonio era comunista, de pelo largo, tal vez usaba una boina negra. El demonio también llegó a ser Escobar o Noriega. Ahora esos ya pasaron de moda, lo último en demonios es más bien árabe, con turbante en la cabeza y todo. Quién sabe si mañana nos despertemos con un demonio de ojos rasgados. También sucede que el demonio cambia de cara de acuerdo al lugar donde uno se encuentre. En La Habana por ejemplo, las pancartas que hay en cada esquina sobre el caso de Posada Carriles nos dicen que el demonio es Bush.

Nos han dicho que los cubanos están mal, que viven en la miseria, que el comunismo es un parásito para las sociedades sanas. Nos han dicho que para los cubanos salir del país es muy difícil porque el gobierno no quiere que vean otras opciones. Eso puede ser cierto pero no nos han dicho que para los ciudadanos americanos es ilegal ir a Cuba, tanto que al que le encuentren entre sus cosas una prueba de haber ido a Cuba, según me contó James, debe pagar diez mil dólares de multa. ¿No es eso también una forma de limitar la libertad? ¿No es una forma de impedir que los americanos se hagan su propia idea de los que es Cuba, que descubran por ellos mismos si en verdad es el infierno? ¿A qué le tienen miedo? En todo caso es cierto que muchos cubanos se quieren ir. Pero también es cierto que aquí en Colombia hay miles de balseros haciendo fila desde temprano en las embajadas de Estados Unidos y España para ver si se escapan ¿de qué? ¿De la falta de oportunidades?

Mi excursión de 11 no fue igual a la de mis compañeros porque yo decidí quedarme unos días más en La Habana para conocerla a fondo. Me quedé en casa de dos cubanas, amigas de una amiga de mi mamá, una de ellas profesora de literatura y su hija estudiante de derecho en La Universidad de La Habana. Haber estado con ellas no solo me mostró qué tan hospitalarias y tan cálidas pueden llegar a ser las personas sino que me dio una noción muy distinta del país, la que se gana estando en las entrañas de la cotidianidad misma de un lugar.

Ante todo, llegué sintiendo una profunda admiración por los cubanos. Me impresionó la vida cultural tan grande que tiene La Habana. Los libros son increíblemente baratos y por eso la gente lee mucho. En La Habana Vieja hay más de 20 museos y la entrada es casi gratis para los cubanos. En cada barrio hay un parque para los niños. Ir a la ópera en el Gran Teatro de La Habana que es tan elegante como el Teatro Colón de Bogotá no cuesta más de medio dólar. Todo el mundo tiene acceso a la cultura. Además la educación es totalmente gratis. Cualquier persona puede inscribirse a una carrera y tiene derecho completarla. No solo eso, también hay programas especiales para personas jubiladas que decidan estudiar otra carrera.

Esto lo aprendí cuando Idania, la dueña de casa, proveniente de una familia rica que lo perdió todo con la Revolución, me decía con lágrimas en los ojos que ella no tenía como pagar la alegría de saber que si ella estuviera enferma sus hijos igual podrían tener educación y salud y que si el hecho de que ella viviera justo con lo necesario contribuía a que otras madres tuvieran esa certeza, ella estaba orgullosa de hacerlo. También me contó que a su papá lo tuvieron 3 meses en coma en un hospital de La Habana. Él no tenía posibilidades de salvarse pero siempre hubo médicos pendientes de él y a ella no le cobraron un centavo ¿cuánto tendría que pagar un colombiano por eso?

Fue enorme la admiración por los cubanos que me produjo ver que han logrado que una isla de 11 millones de habitantes, bloqueada económicamente tenga la posibilidad de garantizar la alimentación, la salud y la educación de todos, por supuesto con limitaciones, viviendo exactamente con lo indispensable. Sin embargo, prueban que si se puede, que hay más de una opción. En cambio aquí, con todos los recursos que tenemos hay mucha gente que está mal de verdad y no tiene satisfechas sus necesidades básicas mientras nuestro gobierno se gasta la mayoría del capital en una guerra en la que la única ganadora es la muerte. Una cosa es tener la suerte de ser privilegiado como la tenemos nosotros y otra cosa muy distinta es ser uno de tantos colombianos que se levanta cada mañana sin estar seguro si va a poder desayunar o no, o uno de esos niños que tiene que trabajar porque no puede conseguir cupo en una escuela, o una de esas tantas personas que se mueren en las puertas de los hospitales porque el seguro no les cubre su enfermedad y como no pueden pagar, los médicos no las atienden. Es verdad: los cubanos no tienen Coca-Cola (aunque producen una gaseosa nacional llamada Tu Kola), no tienen Mc Donalds, no tienen grandes centros comerciales para pasar la tarde vitrineando, tampoco tienen nada que les sobre, tienen que privarse de muchas cosas y su libertad está bastante limitada.

Yo no sé cuál es la fórmula mágica para manejar un Estado pero sí se que los seres humanos tienen que ser la prioridad. Para la tranquilidad de muchas buenas conciencias no soy comunista porque desconfío de cualquier sistema que limite la libertad. Me parece que las personas tienen derecho a elegir el camino de su vida, a trabajar y ganarse privilegios, a mejorar sus condiciones a partir de su esfuerzo, a viajar y conocer otros mundos si así lo desean. Pero desconfío igualmente de los sistemas que no le den prioridad a la gente, que permitan que las personas se mueran de hambre, que no estén en igualdad de condiciones. En todo caso, la falta de oportunidades es otra forma de violentar la libertad porque una persona que no tiene educación ni salud no tiene muchas opciones para decidir qué hacer con su vida a parte de sobrevivir. Para que exista la libertad hay que tener unas garantías básicas, un punto de partida desde el que esa libertad se pueda ejercer. Por eso, tampoco estoy de acuerdo con el capitalismo desbordado porque limita la libertad en esta forma y también permite las injusticias.
Me adhiero al Papa Juan Pablo II cuando dice que el comunismo es abominable pero que el capitalismo salvaje también lo es. Hay hambre en África, cinturones de miseria y ningún sistema ha podido resolver estas injusticias, ni el comunismo, ni el capitalismo, ni la monarquía ni la religión católica.

Lo que no entiendo es por qué el mundo moderno ha planteado la justicia y la libertad como ideas opuestas. Ambas son básicas para garantizar la dignidad humana que es lo que más debería importarnos. ¿No deberían ir de la mano la justicia y la libertad? ¿No son ambas requerimientos básicos del ser humano? ¿Por qué sería aceptable sacrificar una por el bien de la otra?
Yo digo que eso no es aceptable ni tolerable y no se dentro de qué calificación quepa eso, no sé qué adjetivo me merezca. No tolerarlo puede sonar imposible. Pero lo posible o imposible lo inventamos nosotros, por eso, debemos ver que esto no es lo único, que se puede hacer algo, porque la humanidad es todo lo que tenemos, solo nos tenemos los unos a los otros. Me parece que el primer paso es considerar lo que dijo el Che Guevara, “Seamos realistas, exijamos lo imposible”




Saturday, May 12, 2007

Cartas




Las cartas conspiraron para venir a buscarme.
Llegaron de otras tierras
o de tiempos pasados.

Llegaron con sus voces
contando sus historias,
cada una tan distinta y tan mágica,
cada una tan nueva
que en vez de realidad parecía inventada.

Oí las voces nítidas
como si me hablaran mis amigos al oído,
como si en vez de cartas me enviaran un motivo
para seguir caminando,
para soñar cuando nadie sueña
y sobre todo para...
Esperar.

Esperar que el azar permita
que yo vaya a buscarlos
o que ellos me recojan en este rincón del mundo,
en este rincón del olvido,
en este rincón del hastío y del cansancio,
en este rincón donde ni la indiferencia
guarda palabras en los labios.