Friday, June 09, 2006


A falta de amor: chocolate
Este es el último de la caja enorme que encontró en su casa. Tiene en el centro una almendra, rodeado de chocolate suave con un poco de canela como decoración. Se lo acerca a la boca despacio, sentada en la esquina más alejada de su cuarto, a oscuras. Es Domingo y son las 5 de la tarde. Ni siquiera se ha bañado. Lleva así todo el día, en la misma esquina con las cortinas cerradas, comiendo un chocolate tras otro, llorando, pero no desesperadamente, sus lágrimas brotan despacio, sin afán, como si las fuera a saborear poco a poco, igual que a cada uno de sus chocolates. Tal vez, los usa para amortiguar el sabor amargo de las lágrimas…

Su pelo es como una masa enorme: cada rizo vuela libre por su lado. Está despeinada, fea. Tiene puesta una sudadera vieja que cuando era vanidosa no se hubiera perdonado ni mirar ¡Pero a quién le importa! Al final está sola, no la va a ver nadie. Que importa si no tiene el blower, si no usa esas camisas descotadas y faldas largas que llevaba siempre, si no huele a flores frescas, si sus labios no brillan, si no tiene tacones ni joyas, que importa que sea fea, si para nadie hace diferencia.

Mira de nuevo el chocolate que tiene en la mano; siente como un par de lágrimas se deslizan traviesas por su cara. Luego, mil recuerdos al tiempo pasan por su mente, después una imagen repetitiva, una y otra vez, no la deja en paz. Ve de nuevo esa tarde lluviosa. Los dos estaban empapados hasta los huesos. No pudieron encontrar un lugar donde protegerse de la lluvia, y como ya estabam tan mojados que no podían mojarse más, se tomaron de la mano y empezaron a correr, hacia ninguna parte, hacia donde fuera, daba igual mientras estuvieran juntos. Ella no recuerda por cuanto tiempo corrieron pero por estar a su lado el tiempo no importaba. Sentía que él era todo para ella, que mientras estuviera en sus brazos estaría segura de cualquier peligro, mientras sintiera el calor de su mano apretando la suya el frío de afuera no importaba.

De pronto se detuvieron en seco. La miró a los ojos. Le dio un abrazo. Y después, se fue sin dar ninguna explicación, sin mirar atrás, sin despedirse. Sólo avanzaba hacia delante y cada paso que se alejaba de ella, ella sentía alejarse un poco más su esperanza. Mientas algo de él se iba, algo de ella lo seguía. Y así se fue volviendo pedazos, hasta que estaba tan fragmentada que ni ella misma se reconocía. Empezó a sentir un frío intenso, profundo, como si fuera un frío incurable de abandono. Se sentó en la acera. Tenía el pelo realmente mojado, lo tocaba y sentía como el agua escurría a chorros. Después la primera lágrima rodó por su cara pero trató de convencerse a sí misma de que era una gota más de lluvia de todas las que habían caído. Mucho tiempo más tarde, cuando aceptó que estaba llorando, que estaba llorando de amor, se levantó de donde estaba sentada y empezó a caminar hacia su casa. Cuando llegó, no le importó ni secarse, ni cambiarse de ropa, solo sentarse en una esquina a seguir llorando. Se quedó dormida, y cuando se despertó fue a buscar la caja de chocolates que había guardado en el closet hace mucho tiempo cuando se la regalaron pero no había comido porque no quería romper su dieta.

Ahora tenía en sus manos el último de los chocolates. Lo miró de nuevo, se lo llevó a la boca despacio. El sabor era dulce, suave, cremoso, era el sabor perfecto para aliviar el alma. Lo masticó muy despacio. Lo disfrutó lentamente. Cuando sólo quedaba la almendra hizo lo mismo. Ese fue su último chocolate.

No se dio cuenta en qué momento alguien entró a su cuarto, avanzando con pasos callados para no ser descubierto. Igual, ella estaba muy concentrada comiendo chocolate. Pero cuando lo terminó, levantó la vista. Alguien estaba sentado en su cama, observándola sin que lo hubiera notado. Ya llevava un buen rato ahí, sólo mirándola de arriba abajo, analizándola, pero más que eso, admirándola, recordándola, amándola sobre todo. Cuando lo miró a los ojos, los reconoció inmediatamente.

Estás muy bonita, más que nunca, le dijo.

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