Tuesday, July 25, 2006

En las entrañas de la Tierra
Cuando entres a la cueva no vas a ver tu mano ni porque la tengas a dos centímetros de la cara y vas a sentir los murciélagos aunque no puedas verlos, me dijo Alejandro con ojos de entusiasmo. El pánico era más fuerte que mi voluntad. Sin embargo, entré. Era cierto: no veía nada. Tenía miedo. Me aferraba con fuerza a la mano de Paula, que me estaba guíando. Me aferraba también a su voz, sobre todo a eso, a la sensación de que no estaba sola aunque así lo sintiera. No sabía en qué momento podría golpearme la cabeza contra el techo de la cueva, entonces doblaba hasta más no poder la espalda y las rodillas. Me dolía todo. Alcancé a llorar del dolor pero seguí avanzando y cuando no podía más empecé a gatear. Percibí que mis manos estaban embarradas aunque no pudiera verlas. Nunca había sentido tanta angustia e impotencia al mismo tiempo.
Cuando al fin llegué, se me entrecortó la voz tratando de responderle a Alejandro como estaba. Pero no importa Mari, ya llegaste, me dijo. Me cogió de la mano y aunque no viera nada, sentía que él me estaba protegiendo. Me sentó en el suelo. Yo tenía los zapatos inundados. Estaba inundada hasta los huesos. Miraba para todos lados. Abría y cerraba los ojos pero daba exactamente lo mismo. Cuando ya estaba acostumbrada a la oscuridad, empecé a llorar. El sentirme completamente perdida y sola me daba un vacío que me drenaba el alma, como si cada cosa que me hacía fuerte, que me hacía presente se estuviera esfumando.
No es el miedo a la oscuridad exterior, pensé mirando a mi alrrededor; es el miedo a la oscuridad interior lo que siento. Si las luces se apagan, uno tiene ojos para darse cuenta. Pero si el alma se apaga, uno puede seguir andando así no esté viviendo. Irradien luz, nos decían mientras a mi me aterraba sólo dudar si por dentro tengo o no tengo luz para irradiar. Entonces qué hago al imaginar la posibilidad de que por los últimos 16 años y medio me haya hecho daño, me haya subestimado, me haya encargado de que mi vida sea justamente lo que yo no quiero que sea. De qué me serviría tener cosas buenas si fuera invisible, si nadie las notara nunca. El problema estaría (o está, eso todavía no lo tengo claro) en mí.
¿Y ahora cómo hago para ser luz? ¿Podré lograrlo algún día?
Hubo una reflexión muy bonita donde todos dijimos por qué queremos ser luz mientras prendimos cada uno una vela. Desde que se prendió la primera vela, cambió completamente el sentimiento general. Ya nadie estaba solo. Había 100 personas sentadas juntas en un cueva, conectadas espiritualmente por el deseo compartido de ser luz.
Yo por ejemplo, dije que prendía esa vela por mi hermano, por que lo adoro y me va a hacer mucha falta. Eso es cierto, aunque hubo algo que yo quería decir y no dije porque sonaba demasiado tonto: yo prendo esta vela por el simple hecho de prender una vela. Eso es justamente lo que sentía. Yo quiero ser luz, sólo para poder ser luz, es decir, para darme a los demás completamente, para iluminarme e iluminar cuando es necesario notar las cosas que son importantes y no dejar de darles prioridad, para no dejarme engañar cuando el camino más fácil se disfraza de correcto, para lo que sirve una luz: para ver. Pero la luz que quiero prender es para ver siempre claro con los ojos del alma.
Después de la reflexión, Alejandro me sacó de la cueva. Yo nunca me había sentido demasiado cercana a él, pero en ese momento, algo me transmitía que lo hacía con cariño, era una conexión nueva, diferente a la cotidianidad, una seguridad que se transmitía directamente de una persona a otra. Por una vez en la vida, me dejé ayudar, me sentí segura aún estando indefensa.

3 comments:

Juliana said...

aww me encanta lo del deseo sencillo.. la felicidad de tener la vela prendida porque sí y ya.. no se necesitaban más justificaciones. es como lo que hablabamos de la racionalización de las cosas en la vida. hermoso.

Anonymous said...

Excellent, love it! » »

mari said...

I wrote it.