Sunday, December 03, 2006


Podría decirse que las huellas en la arena se borran con la tormenta… Es lo más lógico y lo menos cierto. Las huellas en la arena son permanentes aunque no lo parezcan. No lo digo por la imagen física de la huella… A ella sí la borra el agua salada… Lo digo por las personas que han caminado por la playa, por las historias que se han nutrido de los atardeceres rojos, de los días soleados, de las noches de luna llena... Cada paso se vuelve parte de la playa. La complementa, la renueva, la modifica, la enriquece, le da vida, la acompaña de ahí hasta siempre. ¿Qué sería de la playa sin sus huellas?

Las vidas que se entrelazan con el murmullo de las olas de fondo, dejan de ser recuerdos para volverse castillos de arena. Sí, castillos de esos que todos construimos alguna vez con una bandera en la torre más alta, castillos de esos en los que todos escondimos nuestros sueños, castillos que protegimos con una muralla.... Tal vez el error está en que cuando crecimos y nos volvimos personas maduras, responsables, “hechas y derechas”, pensamos que nuestros castillos los había derrumbado el agua.. Pensamos, como es lógico, lo que vimos con los ojos de la razón. Nos dejamos engañar por esos ojos y cerramos los del alma, los que teníamos tan abiertos
cuando éramos niños dispuestos a descubrir el mundo sin prejuicios.
Si abrimos los ojos del alma, los castillos están siempre presentes, siempre poderosos después de la tormenta, siempre indestructible su muralla. Si abrimos los ojos del alma, las huellas en la arena son eternas.

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